CIRIO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD PARA NUESTRA CANDELERÍA ENCENDIDA

Tiempo de Pascua de Resurrección.

11 DE MAYO-LUNES.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
En la alegría de la Resurrección, junto la Virgen, y paseando con mi querida vecina, seguimos recorriendo el camino de la luz (vialucis).

3ª Estación del Vía Lucis:
El Resucitado se manifiesta a la Magdalena

Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

Del Evangelio según San Juan (Jn 20,11-18)
Fuera, junto al sepulcro, estaba María Magdalena, llorando. Mientras lloraba, se asomó el sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella les contesta: “Porque se han llevado a mis Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te los has llevado, dime dónde los has puesto y yo lo recogeré.” Jesús le dice: “¡María!” Ella se vuelve y le dice: “¡Rabboni!”, que significa “¡Maestro!”. Jesús le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, Ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”. María Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”.

Reflexión:
Juan y Pedro, vueltos a Jerusalén, esperan algo nuevo. María Magdalena en cambio se queda allí: a través del velo de las lágrimas, observa la tumba. A los ángeles que la interrogan les expresa el motivo de su llanto: “se lo han llevado”. Está como paralizada por el dolor. Jesús todavía de incógnito la llama por su nombre: “María”. El corazón de la Magdalena se inflama, el rostro se ilumina de alegría, el espíritu se enciende; es Él quien ha pronunciado su nombre con aquel acento único, con aquella carga toda suya. María, llamada por su nombre, responde con aquel otro nombre cargado de afecto y de inmenso respeto: “Maestro”.

El Resucitado asigna una tarea a María Magdalena: anunciar a los anunciadores la bella noticia, gritar que la vida está viva, que el Señor ha resucitado. Es el encargo que nos hace a cada uno de nosotros: anunciar la alegría de la Resurrección.

Alégrate, Madre de la luz:
Jesús, Sol de justicia, venciendo las tinieblas del sepulcro ilumina todo el universo.
Aleluya.

Oración:
Jesús resucitado, tú me llamas porque me amas. En mi vida cotidiana puedo reconocerte como te reconoció la Magdalena. Tú me dices: “Ve y anuncia a mis hermanos”. Ayúdame a ir por los caminos del mundo, en mi familia, en la escuela, en el trabajo, en mis espacios de ocio, realizando la gran tarea del anuncio de tu Resurrección. Amén.

¡Oh María, templo del Espíritu Santo, guíanos como testigos del Resucitado por el camino de la luz!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

José Gabriel.


10 DE MAYO-DOMINGO.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
El Evangelio de este quinto Domingo de Pascua tiene aires de despedida y ya nos prepara para las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Siempre hemos de tener en cuenta de que lo que estamos leyendo es el discurso de despedida de Jesús realizado en el Jueves Santo en el ambiente de la cena pascual.
Tiene tres partes que se entrelazan entre sí y que van “in crescendo” en torno a la figura de Jesús. ¿Quién es Jesús? San Juan va desgranando poco a poco este interrogante para que tengamos fe en Jesús, el Hijo de Dios.
Jesús parece que les había dejado indicado a sus discípulos el camino para llegar a esa Casa. Les había dado el mandamiento nuevo: Amarse unos a otros como Jesús nos ha amado. El mandamiento del AMOR. Pero parece que no se han enterado. Tomás es el que pregunta y arranca la respuesta de Jesús: YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. La palabra “camino” es importante, pero solo es el “paso” hacia donde queremos llegar. La verdad, es importante, pero es solo algo conceptual o existencial que nos indica que existe adecuación entre lo afirmado y aquello que es. La VIDA es aquello que es sustantivo y definitivo. El camino y la verdad nos llevan a la Vida. Y la Vida no es otra cosa distinta al AMOR y DIOS ES AMOR.
El motor que mantiene toda esta realidad nuestra y que lleva a la historia hacia la salvación en la Vida Eterna no es otra cosa que el Amor de Dios que tanto ha amado al mundo que ha enviado a su Hijo para que tengamos VIDA ABUNDANTE.
Por eso, hemos de mirar a Jesús para ver al PADRE. Hemos de mirar a Jesús crucificado para descubrir el camino que lleva al Padre, para ver el Amor del Hijo por nosotros y el Padre y para ver el Amor del Padre por su Hijo y por nosotros.
Jesús nos invita a que no perdamos la calma ante nada ni ante nadie, y que creamos en Él y en el Padre. Que nos fiemos. Que abracemos esta realidad.
Es importante no negar el camino. Ver la cruz, que ciertamente es gloriosa, es ver el camino que recorre Jesús y no podemos olvidar que el discípulo no es mayor que el maestro. El paso hacia la Vida pasa por esa tarea de cargar con la cruz de cada día. Cruz de múltiples aspectos, que sin duda tiene rosas y espinas. Cruz que quiero resumir en lo que tantas veces he llamado “actitud obediencial”: obediencia al Padre. El camino de la cruz es verdadero. No es falso. Lleva directamente a la Vida.
Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: Hoy e la fiesta San Juan de Ávila, al que el clero español honra y aclama como patrono. Humildemente os pido que no os olvidéis de rezar por la santidad de los sacerdotes. Y también, ante el problema que nos preocupa especialmente a todos, le pediremos al Apóstol de Andalucía que interceda en el cielo, con su ardor característico, para que Dios nuestro Señor nos conceda vencer a este virus que tanto daño está haciendo en todo el mundo.

José Gabriel.


9 MAYO-SÁBADO.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
En la alegría de la Resurrección, junto la Virgen, y paseando con mi querida vecina, seguimos recorriendo el camino de la luz (vialucis).

2ª Estación del Vía Lucis:
Los discípulos encontraron el sepulcro vacío

Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos. Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

Del Evangelio según San Juan (Jn 20, 1-9)
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”) Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. (Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos).

Reflexión:
Cuánta agitación alrededor de una tumba. María Magdalena, habiendo visto la piedra quitada, corre a la ciudad. Pedro y Juan corren al sepulcro donde había sido puesto apresuradamente el cuerpo, por la inminente fiesta de la Preparación (Jn. 19,42). Un espectáculo inusual en un sepulcro fresco: vendas por el suelo y sudario a un lado. Las personas se agitan alrededor de la tumba y tratan de entender. Lo nuevo infunde temor. Juan comienza a creer en la omnipotencia de Dios. Dios puede, Dios quiere, Dios hace. Puede, porque es Omnipotente. Quiere, porque es Padre. Hace, porque es Fiel.
El hombre de hoy está angustiado por la muerte y por eso la aparta. El sepulcro se traga las esperanzas del hombre aún después de haber llegado a la luna. Infeliz sería la historia si aquella tumba de Jerusalén hubiese continuado reteniendo al Justo sepultado; habría sido la victoria del mal y no del bien, de las tinieblas y no de la luz, de la nada y no del ser. Este absurdo clavado en la historia haría absurda toda la historia, los inocentes que sufren, los oprimidos sepultados en los subterráneos del tiempo. Si el hombre pierde esta llave de casa, entra en el sendero del absurdo.

Alégrate, Madre de la luz:
Jesús, sol de justicia, venciendo las tinieblas del sepulcro
ilumina todo el universo.
Aleluya.

Oración:
Sólo tú, Jesús resucitado, nos llevas a la alegría de la vida. Sólo tú nos haces ver vaciarse una tumba desde dentro. Danos la convicción de nuestra potencia impotente ante la muerte cuando está sin ti. Haz que nos fiemos totalmente de la omnipotencia del amor, que vence la muerte. Amén.

¡Oh María, templo del Espíritu Santo, guíanos como testigos del Resucitado por el camino de la luz!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

José Gabriel.


8 DE MAYO-VIERNES.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
En la alegría de la Resurrección, junto la Virgen, y paseando con mi querida vecina, seguimos recorriendo el camino de la luz (vialucis).

1ª Estación del Vía Lucis:
Jesús Resucita de la Muerte

Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

Del Evangelio según Mateo (Mt 28, 1-7)
En la madrugada del sábado, al alborear del Primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: “Vosotras, no temáis. Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id a prisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado”.

Reflexión:
Después del sábado, la fiesta. Después de la espera en la oscuridad, la luz. Del seno de la noche revienta la aurora; la única entre tantas, la primera de todas, el alba de la Pascua, el comienzo de un día que no tendrá jamás ocaso. Inaugura el hombre nuevo: ayer crucificado, hoy resucitado para vivir sin fin. El terremoto, la blancura como de nieve, la luz como en el Tabor, son signos de la manifestación de Dios. Él lo derriba todo como la piedra del sepulcro: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5). Dios es novedad, es “belleza siempre antigua y siempre nueva”, es joven eterno, hacen falta jóvenes para siempre. En el Bautismo nos ha dado el germen de la juventud. Somos portadores de novedad. Las mujeres, fieles al Maestro, tienen en sus manos los vasos de los aromas para los muertos. El ángel anuncia una novedad para la vida: “no temáis”. Desde siempre el hombre esperaba esta noticia: la muerte está muerta. Ha estallado la vida.
El hombre de hoy corre el riesgo de correr hacia sepulcros y embalsamar la vida. Llorar es más cómodo que proyectar. Es urgente hacerse reevangelizar por esta novedad traída por el alba de este día sin fin. La “Nueva Evangelización” para los hombres de hoy tiene como centro la Pascua: en un mundo altamente informático, corren el riesgo de quedar sofocados por las comunicaciones. Esta noticia pascual puede quedar sumergida. Hay que ponerla en el centro de la persona y de todo el sistema de su vida. Ella le da sabor a toda conquista. ¿De qué serviría la más bella noticia, si no existiera esta buena noticia de que la muerte no es la última palabra?

Alégrate, Madre de la luz:
Jesús, sol de justicia, venciendo las tinieblas del sepulcro
ilumina todo el universo.
Aleluya.

Oración:
Jesús Resucitado, el mundo tiene necesidad de ser reevangelizado. La nueva evangelización aplaca el corazón trastornado por tantos mensajes. Hace resonar el anuncio siempre nuevo. Y hace a las mujeres mensajeras entusiastas de la raíz de la vida nueva: tu Pascua. Obra el trasplante: cabeza nueva, corazón nuevo, vida nueva.
Haz que pensemos como piensas tú, haz que amemos como amas tú, has que proyectemos como proyectas tú, haz que sirvamos como sirves tú. Amén.

¡Oh María, templo del Espíritu Santo, guíanos como testigos del Resucitado por el camino de la luz!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D. ¡Ah!, esta tarde me decía mi vecina que esta situación le parece “un sueño, ¿cuando podre dar un beso a mi nieta y a usted un abrazo?”. Y pensaba yo, llegará un día en el que echaremos la vista a atrás y se hablará de este tiempo vivido y cuando eso suceda, confiemos en que nuestras vidas tengan otra impronta, marcadas por la esperanza, la fraternidad, el compartir, sencillamente por la alegría de dar un abrazo. Sigamos en el hoy que vivimos dejándonos tocar realmente por el Señor que camina con nosotros y ojalá que nos haga mejores desde dentro, con una nueva mirada de un corazón limpio, que se haga cercano a los otros, especialmente a los que sufren de verdad. Busquemos ser portadores más que nunca de luz y de amor. Dejemos que Dios forme también parte de este hoy, que esta forjando el sueño de un mundo mas humano y hermano.

José Gabriel.


Estimado José Gabriel:

Recibe la felicitación de la Hermandad en el vigésimo aniversario de tu ordenación sacerdotal.

‘Spes Est Fortitudo Nostra’


7 DE MAYO-JUEVES.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
Se acaba el día que marca un aniversario que llevo tatuado a fuego divino en mi corazón y no por merito mio, sino por pura gracia suya al regalarme el don y ministerio del sacerdocio hace veinte años.
Pensaba yo algo muy hermoso en la figura del sacerdote y es que está muy unido a la imagen de nuestra madre, la Virgen.

Mientras María creó en el interior de su cuerpo al Hijo de Dios, el sacerdote —que se reviste del poder que le ha conferido el mismo Dios—, le da a Cristo su existencia real en la Eucaristía.
Mientras María, en la sencillez de la gruta de Belén dio vida a Jesús, el sacerdote le hace nacer cada día eucarísticamente en el altar.
Mientras en la infancia de Jesús, María lo llevo en sus brazos, el sacerdote lo eleva con sus manos en el momento de la consagración y durante la bendición con la custodia.
Mientras María conservaba en su corazón todo lo referido a Jesús, y supo vivir en la intimidad de su corazón todo lo que provenía de Cristo, el sacerdote, en la intimidad de Cristo, lo hace presente en el tabernáculo.
Mientras que gracias a María Cristo Redentor vino al mundo para salvar al hombre, el sacerdote acerca los frutos de la redención de Cristo a cada una de las almas que se cruzan en su camino.

Mientras que María es la corredentora del género humano, el sacerdote por medio del sacramento del bautismo da vida nueva a las almas creadas por Dios.
Mientras que María acoge con sus manos el pecado del hombre e intercede ante Dios el perdón y la misericordia divina, el sacerdote interviene en nombre de Dios para dar perdón y misericordia en el sacramento de la Penitencia.

Mientras la vida de la Virgen estuvo repleta de sacrificios y renuncias, lo mismo sucede con los hombres entregados al sacerdocio, consagrados a la entrega a los demás, con vidas llenas de sacrificios y de entrega cotidiana.
La Virgen tiene una debilidad especial por los sacerdotes por ser ella Madre de Jesucristo Sumo, Eterno y Único Sacerdote y porque ellos participan diariamente de la Victimación de Su Hijo renovando incruentamente el Sacrificio del Calvario.

María acoge a todos los sacerdotes con amor de Madre y los hace hijos predilectos suyos al pie de la Cruz siguiendo las palabras de Jesús —«Mujer, he ahí a tu hijo»— a Juan, ordenado sacerdote en la intimidad del Cenáculo.
En este día, de la mano de la Virgen, me hago mendigo de vuestra plegaria por mi y por todos los sacerdotes, por nuestra santidad, por nuestra entrega, por nuestra vocación, por nuestra fidelidad, y llevadnos especialmente en el corazón para que seamos fieles testimonios del amor de Cristo a su Iglesia, que sois vosotros precioso rebaño suyo regalado y confiado.

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: Confiado a vuestra oración por los sacerdotes, por las vocaciones sacerdotales, por todos aquellos hombres que entregan su vida al servicio de la iglesia y de la comunidad. Que seamos faros que iluminan a las almas para abrir horizontes de esperanza en el corazón del hombre.

José Gabriel.


6 DE MAYO-MIÉRCOLES.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.
Después del aplauso de las ocho de la tarde, conversando con mi vecina, me decía: “esta mañana ha venido mi nieta, y he salido por primera vez, tras tantos días encerrada. Me ha parecido como un volver un volver a ver la luz”.
Y pensaba yo, estamos en pascua que es un camino de luz. En la alegría de la Resurrección, junto la Virgen, como el paseo de mi querida vecina, vamos a recorrerlo tramo a tramo.

Saludo inicial:
En el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

Reflexión:
La vida es un camino continuo. En este camino nosotros no estamos solos. El resucitado ha prometido: “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). La vida debe ser un camino de continua resurrección. En este tiempo de gozo tomamos conciencia de nuestra vida como itinerario pascual con el Resucitado que ilumina nuestros pasos. Un día le dijo un escriba al Maestro: “Yo te seguiré a donde quiera que vayas” (Mt 8, 19). A dondequiera: al Calvario, a lo largo del Via Lucis. Volveremos a descubrir, de la mano de la Santísima Virgen, la resurrección como fuente de la paz, como estimulante de la alegría, como estímulo a la novedad de la historia. La escucharemos proclamada en el texto bíblico, comentada en la experiencia espiritual, ampliada por la actualización en el hoy de nuestra vida. Que es el “hoy” de Dios.

Alégrate, Madre de la luz:
Jesús, sol de justicia, venciendo las tinieblas del sepulcro ilumina todo el universo.
Aleluya.

Oración:
Infunde en nosotros, oh Padre, tu Espíritu de Luz, para que podamos penetrar en el misterio de la Pascua de tu Unigénito, que señala el verdadero destino del hombre. Que no es el final de todo, sino la novedad de todo. Porque la última palabra es la tuya, oh Padre, que nos llevas a nosotros tus hijos de la muerte a la vida. Danos el Espíritu del Resucitado y haznos capaces de amar. Así seremos testigos de tu Pascua.

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: Un día como hoy de 1962, el papa Juan XXIII canonizó en la Ciudad del Vaticano al primer santo mulato de América, san Martín de Porres, conocido como “fray Escoba”. Es un paradigma de la humildad servicial de gran calibre y altura, realzados aún más en nuestro tiempo por la aureola de la santidad
Gran lección la que todavía hoy nos da fray Escoba. No se paró a analizar qué significaba seguir al Señor, sino que, al oír su llamada, se calzó sus sandalias de creyente y se ciñó un hábito de servicio para compartir con sus semejantes, sin condición previa alguna, todos los talentos que había recibido. Abrió caminos caminando delante y sin pararse a mirar atrás. Oyó la voz que le decía “ven y sígueme” y la siguió sin rechistar, con todas las consecuencias. Ojalá que fuéramos capaces de hacer lo mismo en estos tiempos en que tanto escribimos y discutimos sobre la nueva evangelización. Sin duda, hoy será un bonito día si nos “montamos” en esa escoba, tan embrujada de amor, y dejamos que nos guíe por los intrincados caminos que nos obliga a seguir, en el campo de la solidaridad humana, el tremendo reto del virus que padecemos y al que tantos anónimos operarios de la sanidad están respondiendo con el mismo celo que, en su día, lo hizo su patrón, san Martín de Porres.

José Gabriel Martín Rodríguez.


5 DE MAYO-MARTES.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.

Después del aplauso de las ocho de la tarde, conversaba con mi vecina y nos sobrevino una gran inquietud ante la llegada de un coche fúnebre que se ha estacionado a la puerta de nuestra casa.
Inmediatamente me venía a la cabeza y al corazón la invocación de la letanía a la Virgen María, Puerta del Cielo. Día este de mayo, adecuado para acudir a quien es reina y soberana de cielos y tierra para que alivie y libere a las almas que de los fallecidos a consecuencia de esta pandemia y les abra las puertas del paraíso, allí donde vive Dios y el hombre está destinado para vivir feliz durante toda la eternidad.

Esta noche, especialmente, cuando rece las letanías pondré atención en el Puerta del Cielo dedicado a María porque la Madre de Jesús no solo es la puerta del paraíso para quienes peregrinamos por este valle de lágrimas sino que es, sobre todo y por encima de todo, la puerta de gracia y de la misericordia. Ella nos lleva al cielo pero también nos ayuda a entrar en la vida de Jesús, su Hijo.

Es lo que le pedimos hoy a la Puerta del Cielo, unirnos a Ella para que abra la puerta de la eternidad a los seres queridos que nos han dejado y al largo número de fallecidos por coronavirus; pero, sobre todo, para que al final de nuestro peregrinar terreno, nos abra a nosotros la puerta a la felicidad eterna. Sentir que caminar junto a Ella sea tocar un trozo de cielo, sentir el preludio de esa eternidad anhelada al que se llega haciendo el bien y amando. Y pedirle que cada acto de nuestra vida sea, como hizo Ella, un acto de amor, un trozo de cielo. Que nuestra vida sea un canto de felicidad para gozar junto a Ella de su amado Jesús, el amigo que nunca abandona.

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: Me comenta mi vecina, que el coche fúnebre ha venido al bloque de al lado, pues ha fallecido un señor. Pidamos por él y por todos los fieles difuntos para que puedan contemplar cara a cara a Dios, y sentir amor y tu misericordia, para que gracias a su amor puedan disfrutar de la eternidad que nos has prometido.
Pidamos también por sus familiares y amigos, y por los que nos quedamos en este mundo pues aunque nuestra hora es incierta y nuestro mañana sólo depende de ti ayúdanos a ser perseverantes en la fe! ¡Señor, ayúdame a soñar en la mesa celestial a la que tú nos invitas y que estará presidida por la felicidad sin límites, por eso hoy queremos exclamar con toda nuestra fuerza «¡creo en ti, Señor! ¡Espero en ti, Señor! ¡Llévame un día también con los difuntos de la familia y la amistad al encuentro contigo!»!

José Gabriel Martín Rodríguez.


4 DE MAYO-LUNES

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.

Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.

Después del aplauso de las ocho de la tarde, conversando con mi vecina, me decía: “todos los días son iguales”.

Y pensaba yo lo ordinario de la hora que estamos viviendo es también algo extraordinario, en espera de la que han dado en llamar “nueva normalidad”.

La vida ordinaria es aquella que nos acompaña en las pequeñas tareas de la jornada, en el descanso y en el esfuerzo, en el ocio y en el trabajo, en la familia y con los amigos, en el tiempo de oración y la vida de sacramentos. Esta vida sencilla es una aventura maravillosa. Una vida donde reina la discreción, la prudencia y la tranquilidad, esa que se vive pasando sin hacer demasiado ruido y sin llamar la atención de los que nos rodean. Los detalles monótonos del día a día, incluso aquellos con momentos difíciles, son hermosos cuando están impregnados de santidad y de grandeza.

La vida ordinaria es también tiempo de renuncias, de abandono de lo mundano, de relativizar las cosas y darle a cada cosa y momento su verdadero valor y significado. Es en la grandeza de las pequeñas cosas, en lo ordinario de la vida, donde Dios se hace presente. Aunque no lo percibamos allí está. Depende de nosotros sentir su Presencia. Día a día. Minuto a minuto.

Pero en todo ese palpitar hay algo impresionante que a nadie se le escapa, escondido en el corazón de todo hombre. El Amor con mayúsculas con la que se hacen las cosas. Y eso hace que la vida ordinaria nada tenga de ordinaria. Porque entre las mil pequeñas discusiones diarias, el trabajo en la casa o en la oficina, los problemas que agobian, el estrés, las dificultades económicas, el malestar por una situación… surge una cascada de amor que hace maravilloso el día a día.

Y entonces uno entiende que la vida ordinaria es extraordinaria, sí, que incluso agota porque hasta los pequeños detalles y los más nimios deberes se conviertan en un esfuerzo. Pero entonces piensas en la vida de esa familia de carpinteros de Nazaret, hace más de dos mil años, con una imponente proyección contemplativa. Y entiendes que entre tanto lío allí está Jesús en el centro. Y descubres que para que Dios se haga presente en nuestra vida es necesario transformar la superficialidad de nuestra mirada hacia una más profunda que nos permita observar la historia —nuestra historia— con los mismos ojos con los que Cristo lo mira todo y descubrir entonces su Presencia escondida. Y pides al Espíritu Santo que se haga presente porque con tus solas fuerzas y esfuerzos no puedes. Y descubres que la presencia escondida de Cristo en la cotidianidad de nuestra vida es la gran obra de Dios en cada uno de nosotros. Y Cristo te permite mirar tu entorno con una mirada nueva, con un corazón expansivo. Así es más fácil encontrar a Dios en la vida ordinaria. Vivir desde la fe lo pequeño como un regalo, que en absoluto no es ajeno. Y, así, sin pretenderlo, recuperas poco a poco la alegría escondida en las pequeñas cosas que a uno le van surgiendo. Todo encuentro con Dios une lo espiritual con lo cotidiano. ¡Qué maravilla!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: Aunque nos parezca que todos los días son iguales, con mi querida vecina y contigo, descubramos juntos la presencia escondida de Cristo en lo cotidiano de la vida.

José Gabriel Martín Rodríguez.


DOMINGO-3 DE MAYO.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.

Al cerrar las persianas de mi balcón, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio, de fe, esperanza y caridad, en nuestra candelería pascual.

Después del aplauso de las ocho de la tarde, felicite a mi vecina: “¡Que cruz tan bonita colorida y florida has puesto en tu barandilla!.

Y me venía a la memoria la cruz “cruceiro” de piedra que esta mañana, como siempre, contemplaba en el atrio de mi parroquia de San Pedro y San Pablo, y tantas cruces que por carreteras y caminos marcan la encrucijada de la senda de nuestra vida. Esas cruces centenarias, legado de generaciones pasadas, nos invitan a rezar una breve oración. ¡Qué hermoso el significado de la cruz, signo de identificación del cristiano! Esta cruz la encontramos en nuestras iglesias y nuestras casas, en la encrucijada de los caminos o en las tumbas de nuestros difuntos.

Esta cruz, sin embargo, señala también de manera dolorosa la vidas de millones de hombres, mujeres y niños en forma de enfermedad, soledad, problemas económicos, abandonos, exclusión, descrédito o condenas injustas. Los medios de comunicación se recrean con los desastres naturales y con accidentes espectaculares.

Esta cruz tan dolorosa para muchos, Jesús la llevó con entereza ante el desprecio de sus acusadores, ante el abandono de los suyos, la traición de Judas, la negación de Pedro, la crueldad de los soldados romanos y la humillación del pueblo que poco antes le aclamaba.

A mi la cruz me invita a mirar más allá. Para mí contemplar la cruz es ver a Jesús resucitado. Una elevación no solo física sino en clave de exaltación y glorificación. Miras la cruz y aunque observas el horror sufrido Cristo ves sobre todo la glorificación del Mesías.

Esta cruz te permite entender muchos aspectos de tu existencia pues tu vida es como la de esos hebreos que mientras cruzaban el desierto se rebelaron varias veces contra Dios. Al final fueron invitados a dejar de lado su revuelta y renovar su confianza en Dios como salvador y libertador.

Todos estamos, de alguna manera, estamos enfermos, mordidos por el pecado y tentados por la serpiente del Génesis que nos aleja de Dios. Pero podemos ser sanados y salvados al volvernos a la cruz de Cristo. Esto exige un paso de fe y confianza en el vencedor que es Cristo. Cuando contemplas la cruz no te puedes separarnos de ese amor que Jesús tiene por el hombre. Con Cristo a tu lado no hay callejón que no tenga salida.

Y en ocasiones. como esta que estamos padeciendo, la desesperanza y los problemas nos superan flaquean las fuerza y se aplaca el deseo de orar. En ese momento, basta con fijar la mirada en silencio en la cruz de Cristo. Contemplándola una descubre que desde ella uno se reeduca espiritualmente. La mera visión de la cruz te coloca de bruces frente al coraje y el amor de ese Cristo moribundo y te revela tu propia mediocridad, esa actitud de niño malcriado que siempre exige más de Dios. Ante la figura del crucificado, el corazón del hombre aprende a decir que sí donde el pecador dice que no. Dios es amor y quiere dar amor.

Dios nos ama con un amor apasionado y quiere llenarnos de ese amor pero espera de cada uno una respuesta libre, acogedora y amorosa. Nos atrae hacia él por el resplandor de su amor, pero respeta nuestra libertad. La decisión nos pertenece y nadie puede tomarla por nosotros. Al mirar esta cruz, uno aprende —o al menos lo intenta— a imitar a Cristo. Él mismo nos amó hasta hasta obsequiarnos con el todo: su propia vida. Es en este camino de entrega que estamos invitados a seguirle hasta el final. Es con esta condición que podemos compartir su exaltación y glorificación.

Siento hoy que la totalidad de mi tiempo confinado —en mi relación con mis seres queridos, con los que me encuentro por el camino, en mi trabajo cotidiano, en mis actividades pastorales o de tiempo libre, etc.— debo impregnarlo de este loco amor por nuestro Dios. Él no envió a su Hijo para juzgar y condenar al mundo, sino para salvarlo. Jesús sabía lo que había en el corazón del hombre —y sabe perfectamente lo que anida en mi corazón— y solo él puede juzgarlo. Este sentimiento te remite a tu verdad: ¿por qué esta tendencia siempre a quejarse, a criticar, a juzgar, a condenar, que sacar a relucir lo que decimos está podrido? Es cierto que hay algo podrido en nuestro mundo. También hay podredumbre en las uvas y eso no impide obtener un vino de calidad. Es así como Dios apela a lo que mejor de nosotros mismos.

Cuando estamos cruzando un desierto de sufrimiento, temores y dudas, detengámonos ante la cruz de Cristo. A través de él, es Dios quien nos firma y nos invita a confiar. Al celebrar la gloriosa y florida Cruz, en este anómalo tres de mayo, celebramos la resurrección de Aquel que está suspendido allí. ¡Que no olvidemos, Señor, que este instrumento de tortura y horror es en realidad el Árbol de la Vida!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

P.D: En este cuarto domingo pascual, gocemos del Buen Pastor que tenemos: nos ama siempre y nos espera si nos alejamos de Él. Y oremos por los pastores que velan por nosotros. No solo por el Papa, los obispos y sacerdotes, sino también por los padres y madres y por todos los que gobiernan. Que se miren y nos miremos en el espejo de Jesús el Buen Pastor. Oremos por las vocaciones a Jesús que vive y nos quiere vivos.

Miramos a la Virgen María, Inmaculada y Purísima en su Concepción, Esperanza en nuestra desesperanza, Refugio del pobre, Amor en nuestros Dolores, Maravillas en nuestros pesares, compañía en nuestra Soledad, Fuente del amor, Estrella y Lucero, Maestra de oración, Madre del Divino Pastorcillo, Puerta del Cielo siempre abierta, llévanos por los caminos que conducen a Dios.

Virgen María, Reina por ser madre del Rey de Reyes. Estrella que anuncia el día, Semilla de redención, del Buen Pastor eres Madre, por tu fe y tu donación. Acoges fiel la Palabra que Cristo nos regaló, la guardas y la meditas dentro de tu corazón. Virgen María, consuelo de nuestras Angustias, de nuestras desesperanzas tú la Esperanza de nuestra vida y la Esperanza nuestra Salvación.

Al mirar a María, os miramos y felicitamos a vosotras madres que hacéis de nuestra tierra nuestro cielo.

José Gabriel Martín Rodriguez.