Quinario. Tercer día. Viacrucis de Nuestro Padre. Jesús del Gran Poder

Fotos: Sergio Aguayo.

Vídeo: Santiago Delgado, Sergio Aguayo y Mr. Bop.

INTRODUCCIÓN

Nos encontramos reunidos para realizar el ejercicio del Santo Via Crucis, para recorrer el Camino de la Cruz de Jesús. Fijemos nuestra mirada interior en Cristo, e invoquémoslo con corazón ardiente: «Di a mi alma: “Yo soy tu victoria”. Díselo de manera que lo oiga». Su voz confortadora se entrelaza con el frágil hilo de nuestro «sí» y el Espíritu Santo, dedo de Dios, teje la sólida trama de la fe que conforta y guía.

Seguir, creer, orar: éstos son los pasos sencillos y seguros que sostienen nuestro camino a lo largo de la Vía de la Cruz y nos dejan entrever gradualmente el camino de la Verdad y de la Vida.

Video: Titulares Granada.

ORACIÓN INICIAL

Presidente:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/.Amén.

Presidente:
Oremos.

Breve pausa de silencio.

Señor Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo:

la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;

la cruz de las personas solas y abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes;

la cruz de los pueblos sedientos de justicia y paz;

la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;

la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y de la soledad;

la cruz de los migrantes que encuentran puertas cerradas por miedo y corazones blindados por cálculos políticos;

la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;

la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;

la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza homicida y el egoísmo;

la cruz de los consagrados que buscan incansablemente llevar tu luz al mundo y se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;

la cruz de  los consagrados que, por el camino, han olvidado su primer amor;

la cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir de acuerdo con tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;

la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;

la cruz de tu Iglesia que, fiel a tu Evangelio, le cuesta llevar tu amor también a los mismos bautizados;

la cruz de la Iglesia, tu esposa, que se siente continuamente atacada desde dentro y desde fuera;

la cruz de nuestra casa común que se marchita ante nuestros ojos egoístas y ciegos por la codicia y el poder.

Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de tu victoria definitiva contra todo mal y toda muerte. Amén.

R/. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 18, 37-40

Pilato le dijo: « ¿Entonces, tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?».

Dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.

Pilato no encuentra en Jesús ningún motivo de condena, y tampoco encuentra en sí mismo la fuerza de oponerse a la condena. Su oído interior permanece sordo a la Palabra de Jesús y no comprende su testimonio de la verdad. «Escuchar la verdad es obedecerla y creer en ella». Es vivir libremente bajo su guía y darle el propio corazón.

Pilato no es libre: está condicionado desde fuera, pero esa verdad que ha escuchado sigue resonando en su interior como un eco que llama a su puerta e inquieta. Así, sale fuera, ante los judíos; «salió otra vez», subraya el texto, casi como un impulso de huir de sí mismo. Y la voz que le llega desde fuera prevalece a la Palabra que está dentro.

Aquí se decide la condena de Jesús, la condena de la verdad.

P: Humilde Jesús,
también nosotros nos dejamos condicionar por lo que está fuera.

Ven, Espíritu de la Verdad,
ayúdanos a encontrar en el «hombre escondido
en el fondo de nuestro corazón»
el rostro santo del Hijo
que nos renueva en la semejanza divina. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 6-7. 16-17

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios»… Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).

Pilato vacila, busca un pretexto para soltar a Jesús, pero cede a la voluntad que prevalece y alborota, que apela a la Ley y lanza insinuaciones. Una vez más se repite la historia del corazón herido del hombre: su mezquindad, su incapacidad para levantar la mirada fuera de sí mismo, para no dejarse engañar por las ilusiones del pequeño provecho personal y elevarse, impulsado por el vuelo libre de la bondad y la honestidad.

P: Humilde Jesús,
en el transcurso cotidiano de la vida
nuestro corazón mira hacia abajo,
a su pequeño mundo,
y, completamente embebido en la búsqueda del propio bienestar,
permanece ciego ante la mano del pobre y del indefenso
que mendiga nuestra escucha y pide auxilio.
A lo sumo se conmueve, pero no se mueve.

Ven, Espíritu de la Verdad,
abraza nuestro corazón y atráelo hacia ti.
«Conserva sano su paladar interior,
para que pueda gustar y beber
la sabiduría, la justicia, la verdad, y la eternidad». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 28-30

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Las caídas de Jesús a lo largo del Camino de la Cruz no pertenecen a la Escritura; han sido trasmitidas por la piedad tradicional, custodiada y cultivada en el corazón de tantos orantes.

En la primera caída, Jesús nos hace una invitación, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela. Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cómo se ha injertado en ella el poder divino.

Desde la cátedra de su caída, Jesús nos imparte sobre todo la gran lección de la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección». El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no sólo, sino contigo».

P: Humilde Jesús,
nuestras caídas, entretejidas de fragilidad y pecado,
hieren el orgullo de nuestro corazón,
lo cierran a la gracia de la humildad
e interrumpen nuestro camino hacia ti.

Ven, Espíritu de la Verdad,
líbranos de toda manifestación de autosuficiencia
y concédenos reconocer en cada caída
un peldaño de la escalera para subir hacia ti. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 25 – 27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

San Juan nos dice que la Madre estaba junto a la cruz de Jesús, pero ningún evangelista nos habla directamente de un encuentro entre los dos. En realidad, en este estar de la Madre se concentra la expresión más densa y alta del encuentro. En la aparente pasividad del verbo estar vibra la íntima vitalidad de un dinamismo. Es el dinamismo intenso de la oración, que se ensambla con su sosegada pasividad. Orar es dejarse envolver por la mirada amorosa y franca de Dios, que nos descubre a nosotros mismos y nos envía a la misión. En la oración auténtica, el encuentro personal con Jesús nos hace madre y discípulo amado, genera vida y trasmite amor.

P: Humilde Jesús,
cuando las adversidades y las injusticias de la vida,
el dolor inocente y la violencia cruel
nos hacen imprecar contra ti,
tú nos invitas a estar, como tu Madre,
a los pies de la cruz.

Ven, Espíritu de la Verdad,
sé tú el «clamor de nuestro corazón»,
que, incesante e inefable,
está confiadamente en la presencia de Dios. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 26

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Simón de Cirene es un hombre retratado por los evangelistas con una particular precisión en el nombre y la proveniencia, la parentela y la actividad; es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo determinado, obligado de algún modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simón de Cirene es cada uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jesús, como un día hemos recibido y acogido su signo en el santo bautismo.  La vida del discípulo de Jesús es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez más marcado por la libertad del amor. Es el reflejo de la obediencia del maestro. Es el pleno abandono a dejarse instruir, como él, por la geometría del amor, por las mismas dimensiones de la cruz.

P: Humilde Jesús,
cuando la vida nos propone un cáliz amargo
y difícil de beber,
nuestra naturaleza se cierra, recalcitrante,
no osa dejarse atraer por la locura
de ese amor más grande
que convierte la renuncia en alegría,
la obediencia en libertad,
el sacrificio en grandeza del corazón.

Ven, Espíritu de la Verdad,
haznos obedientes a la visita de la cruz,
dóciles a su signo que nos abraza totalmente:
«cuerpo y alma, mente y voluntad,
inteligencia y sentimientos, lo que hacemos y dejamos de hacer»,
y que agranda todo a la medida del amor. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6

Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.

A lo largo del Camino de la Cruz, la piedad popular señala el gesto de una mujer, denso de veneración y delicadeza, casi un rastro del perfume de Betania: Verónica enjuga el rostro de Jesús. En ese rostro, desfigurado por el dolor, Verónica reconoce el rostro transfigurado por la gloria; en el semblante del Siervo sufriente, ella ve al más bello de los hombres. Ésta es la mirada que provoca el gesto gratuito de la ternura y recibe la recompensa de la impronta del Santo Rostro. Verónica nos enseña el secreto de su mirada, «que mueve al encuentro y ofrece ayuda: ¡ver con el corazón!».

P: Humilde Jesús,
nuestra mirada es incapaz de ir más allá:
más allá
de la indigencia, para reconocer tu presencia,
más allá de la sombra del pecado,
para descubrir el sol de tu misericordia,
más allá de las arrugas de la Iglesia,
para contemplar el rostro de la Madre.

Ven, Espíritu de la Verdad,
derrama en nuestros ojos «el colirio de la fe»
para que no se dejen atraer
por la apariencia de las cosas visibles,
sino que aprendan el encanto de las invisibles. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús
cae por segunda vez

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 21b-24

Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo, no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados.

Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Sobre el madero de nuestra salvación, no sólo pesa la enfermedad de la naturaleza humana, sino también las adversidades de la existencia. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra la Iglesia de ayer y de hoy, de esa persecución que mata a los cristianos en el nombre de un dios extraño al amor, y de aquella que ataca la dignidad con «labios embusteros y lengua fanfarrona». Jesús, con su cruz, ha llevado el peso de la persecución contra sus siervos y discípulos, contra aquellos que responden al odio con el amor, a la violencia con la mansedumbre. Todo lo ha llevado voluntariamente, todo lo ha sufrido «con su paciencia, para enseñarnos la paciencia».

P: Humilde Jesús,
en las injusticias y adversidades de esta vida
nosotros no resistimos con paciencia.
Frecuentemente pedimos, como signo de tu potencia,
que nos libres del peso del madero de nuestra cruz.

Ven, Espíritu de la Verdad,
enséñanos a caminar según el ejemplo de Cristo
para «cumplir sus grandes preceptos de paciencia
con la preparación del corazón». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 31

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado sobre Jerusalén, educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se quede en una estéril conmiseración externa. Las invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado y quemado, como leño verde, como «castigo saludable». Les ayuda a que examinen el leño seco del propio corazón y experimenten, así, el dolor benéfico de la compunción.

P: Humilde Jesús,
en tu cuerpo sufriente y maltratado,
denigrado y escarnecido,
no sabemos reconocer
las heridas de nuestra infidelidad
y de nuestras ambiciones,
de nuestras traiciones y de nuestras rebeliones.

Ven, Espíritu de la Verdad,
¡derrama sobre nosotros el don de la Sabiduría!
En la luz del amor que salva
danos el conocimiento de nuestra miseria,
«las lágrimas que deshacen la culpa,
el llanto que merece el perdón». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Lucas 22, 28-30a. 31-32.

«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…

Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

Con su tercera caída, Jesús confiesa el amor con el que ha abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva la llamada a seguirle hasta el final, en fidelidad. Pero nos concede también echar una mirada más allá del velo de la promesa: «Si perseveramos, también reinaremos con él».

Ahora, caído en tierra por tercera vez, mientras «com-padece nuestras debilidades», nos indica la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: «Permanecer en él».

P: Humilde Jesús,
ante las pruebas que criban nuestra fe
nos sentimos desolados:
no nos acabamos de creer que nuestras pruebas
hayan sido ya las tuyas,
y que tú nos invitas simplemente
a vivirlas contigo.

¡Ven, Espíritu de la Verdad,
en las caídas que marcan nuestro camino!
Enséñanos a apoyarnos en la fidelidad de Jesús,
a creer en su oración por nosotros,
para acoger esa corriente de fuerza
que sólo él, el Dios con nosotros, puede darnos. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 23 – 24

Los soldados… cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

Jesús queda desnudo. El icono de Cristo despojado de sus vestiduras es rico de resonancias bíblicas: nos devuelve a la desnudez inocente de los orígenes y a la vergüenza de la caída. La desnudez significa la verdad del ser. Jesús, despojado de sus vestiduras, tejió en la cruz el hábito nuevo de la dignidad filial del hombre. Esa túnica sin costuras queda allí, íntegra para nosotros; la vestidura de su filiación divina no se ha rasgado, sino que, desde lo alto de la cruz, se nos ha dado.

P: Humilde Jesús,
delante de tu desnudez
descubrimos lo esencial
de nuestra vida y de nuestra alegría:
ser en ti hijos del Padre.
Pero confesamos también la resistencia
a abrazar la pobreza como dependencia del Padre,
a acoger la desnudez como hábito filial.

Ven, Espíritu de la Verdad,
ayúdanos a reconocer y a bendecir
en cada expolio que sufrimos
una cita con la verdad de nuestro ser,
un encuentro con la desnudez redentora del Salvador,
un trampolín que nos lanza
hacia el abrazo filial con el Padre. Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 18-22

Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está».

Jesús crucificado está en el centro; la inscripción regia, alta sobre la cruz, abre las profundidades del misterio: Jesús es el rey y la cruz es su trono. La realeza de Jesús, escrita en tres lenguas, es un mensaje universal: para el sencillo y el sabio, para el pobre y el poderoso, para quien se acoge a la Ley divina y para quien confía en el poder político. La imagen del crucificado, que ninguna sentencia humana podrá remover nunca de las paredes de nuestro corazón, será para siempre la palabra regia de la Verdad: «Luz crucificada que ilumina a los ciegos», «tesoro cubierto que sólo la oración puede abrir», corazón del mundo.

P: Señor Jesús, crucificado por nosotros.
Tú eres la confesión
del gran amor del Padre por la humanidad,
el icono de la única verdad creíble.
Atráenos hacia ti,
para que aprendamos a vivir
«por amor de tu amor».

Ven, Espíritu de la Verdad,
ayúdanos a elegir siempre a «Dios  y su voluntad
frente a los intereses del mundo y sus poderes,
para descubrir, en la impotencia externa del Crucificado,
la potencia siempre nueva de la verdad». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 28 – 30

Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

«Tengo sed». «Está cumplido». En estas dos palabras, Jesús nos muestra, con una mirada hacia la humanidad y otra hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misión: el amor al hombre y la obediencia al Padre. Un amor horizontal y un amor vertical: ¡he aquí el diseño de la cruz! Y desde el punto de encuentro de ese doble amor, allí donde Jesús inclina la cabeza, mana el Espíritu Santo, primer fruto de su retorno al Padre.

P: ¡Señor Jesús, muerto por nosotros!
Perdona el vinagre de nuestro rechazo
y de nuestra incredulidad,
perdona la sordera de nuestro corazón
a tu grito sediento
que sigue subiendo desde el dolor de tantos hermanos.

Ven, Espíritu Santo,
heredad del Hijo que muere por nosotros:
sé tú el faro que nos guíe
«hasta la verdad plena»
y «la raíz que nos conserve en la unidad». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

 Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 32-35.38

Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón». En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre.

Pero nos reconocemos también en estos brazos maternales, fuertes y tiernos a la vez. Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo.

P: Señor Jesús,
entregado a la madre, figura de la Iglesia-Madre.
Ante del icono de la Piedad
aprendemos la entrega al del amor,
la ternura que sana la vida y suscita la alegría.

Ven, Espíritu Santo,
guíanos, como has guiado a María, en la gratuidad irradiante del amor
«derramado por Dios en nuestros corazones
con el don de tu presencia». Amen.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

 Te adoramos Cristo, y te bendecimos.

Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lectura del Evangelio según san Juan 19, 40-42

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Un jardín, símbolo de la vida con sus colores, acoge el misterio del hombre creado y redimido. En un jardín, Dios puso a su criatura, y de allí la desterró tras la caída. En un jardín comenzó la Pasión de Jesús, y en un jardín un sepulcro nuevo acoge al nuevo Adán que vuelve a la tierra, seno materno que custodia la semilla fecunda que muere.

Es el tiempo de la fe que aguarda silenciosa, y de la esperanza que sabe percibir ya en la rama seca el despuntar de un pequeño brote, promesa de salvación y de alegría.

Ahora la voz de «Dios habla en el gran silencio del corazón».

P:  Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el «hombre viejo», atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos «hombres nuevos», hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor.

Jesús pequé,

tened piedad y misericordia de mí.

ORACION FINAL

Descienda, Señor, tu bendición sobre este pueblo que ha conmemorado la muerte de tu Hijo en la esperanza de resucitar con El. Que vengan el perdón y el consuelo, crezca la fé y se refuerce la certeza de la redención eterna. Por Cristo, nuestro Señor. Amen.