CIRIO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD PARA NUESTRA CANDELERÍA ENCENDIDA

Semana Santa.

12 DE ABRIL-DOMINGO DE RESURRECCIÓN.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.

Despues del aplauso hoy también a Cristo Resucitado y ahora al cerra las persianas de mi balcón en una noche Domingo rara y nublada, te invito a encender un flamante y fulgurante cirio de fe, esperanza y caridad, para nuestra candelería pascual, hoy en los pasos y palios de Nuestro Señor de la Resurreción y Santa María del Triunfo, del Santísimo Cristo Resucitado y Nuestra Señora de la Alegría, y del Dulce Nombre de Jesús, al que acompañamos como un facundillo más.

Tras el aplauso de las ocho de la tarde, de balcón a balcón en días pasados, me preguntó una vecina: «¿Realmente crees que Jesús resucitó? ¡Deberíamos vivir más en el tiempo que nos ha tocado vivir!».

Esto es lo que escuchamos de muchos de nuestros contemporáneos: creer en Dios se ha convertido en algo caduco y obsoleto. Creer en la resurrección, ¡es ya una quimera!

Pero hoy es el domingo de Resurrección y sí: ¡Jesucristo ha resucitado! La gente puede intentar demostrar que no hay nada después de la muerte más que un espacio vacío; que la Pascua es solo la reminiscencia de las fiestas ancestrales de primavera; que la experiencia de nuestra vida es suficiente para descubrir que si hubiera existido un Salvador del mal y la muerte, la sociedad no se encontraría como está ahora… la pandemia del virus con corona, los dramas del mundo y los de nuestra vida personal parecen sonar como una negación mordaz de la esperanza de la Pascua.

La muerte tristemente es visible, en estos días dramáticamente visible. Está ahí ante, nuestros ojos, mostrada cruelmente en los medios de comunicación y tristemente presente en nuestras familias, en nuestras hermandades y cofradías. La muerte es visible, la resurrección no. Es fácil comprender la reacción de los tomases de este mundo: «¡Si no lo veo, no lo creo».

Y lo que, aparentemente, se contempla hoy es una piedra laminada, una tumba vacía y unos paños doblados. ¡Insuficiente para demostrar la resurrección!

Pero entonces surgen María Magdalena, la primera en llegar al cementerio, y «Simón Pedro y el otro discípulo». «Otro» como encontramos en el camino hacia Emaús, donde está el discípulo Cleofás y un «otro», del que no sabemos el nombre.

Estos dos «otros» somos cada uno de nosotros. Y la Pascua deja de ser solo una historia de tumba y ausencia para convertirse en un evento de encuentro y presencia.

Para entender la Pascua, debe haber dos: uno mismo y otro. Tal vez un amigo, que ayuda a ver las cosas de manera diferente. O la Iglesia, que lleva el misterio de la resurrección de su Señor. O el mismo Cristo que está presente en nuestras vidas y que nos abre a su resurrección.

Este domingo nos invita a avanzar hacia el otro, a creer en el amor benevolente e indefectible del Señor; a creer por medio del Espíritu Santo; a tener fe en la resurrección de Jesús que no es una realidad comprobable pero que sí es un regalo de Dios. Al igual que cualquier regalo, se acepta con humildad, disponibilidad y deseo de recibir algo del otro.

Lo sorprendente de este historia de encuentro es que los discípulos regresan a casa después de un evento tan abrumador. Y lo hacen para que esta fe en la resurrección no sea un paréntesis en su existencia, sino que sea reconducido en sus vidas diarias.

En cincuenta días, el Espíritu Santo los enviará en misión, algunos se irán muy lejos, otros permanecerán con sus seres queridos, cada uno de acuerdo con la llamada del Espíritu. De momento, solo regresan a sus casas para encontrarse con familiares y amigos, aunque lo hacen con algo que cambiado: ¡su corazón está ahora repleto de la alegría de la resurrección! Seguirán trabajando, seguirán amado a sus esposas, seguirán educando a sus hijos, seguirán esforzándose por seguir solucionando sus problemas… como antes de conocer a Jesús; pero, de hecho, nunca más como lo hicieron antes. Porque ellos simplemente no tenían la seguridad de que su vida no quedaría en nada después de la muerte; hicieron un encuentro con lo invisible, con Aquel que es la Vida, hasta el punto de que cada respiración, cada latido de su corazón solo sirve para cantar esta nueva realidad: ¡Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!

Queridos hermanos y amigos cofrades, sin miedo, siempre de frente, valientes porque ¡Cristo ha resucitado, ha resucitado nuestro amor y nuestra esperanza!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Hermanos y amigos, a todos os deseo: ¡Saludable, Sanadora y Santa Pascua!

Un fraterno abrazo. José Gabriel.


¡SANA, SALUDABLE Y SANTA PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Dios os guarde.

Queridos hermanos y amigos, aunque parezca de noche, aunque parezca que transitamos por cañadas oscuras, aunque parezca tenue la luz del sol, aunque parezca que nada ha cambiado nada hemos de temer pues El ha resucitado va con nosotros, con su Silencio y infinita Misericordia, con su vara y su cayado nos sosiega, nos sostiene y nos fortalece y nos alegra. No temamos pues no estamos ni solos ni desamparados, ya que su y nuestra bendita madre acompaña y sostiene nuestros temores con sus Dolores gozosos, jubilosos y gloriosos, nuestras amarguras con su realeza como Madre del Rey de los Reyes, nuestros desamores con su Amor y Entrega y su siempre Purísima e Inmaculada Concepción, nuestras sentencias injustas con sus benditas Maravillas, nuestros sepulcros y nuestras soledades con la Soledad acompañante y acompañada, nuestras desesperanzas y aparentes fracasos con su Gran Poder Divino y la corona de nuestra Esperanza y nuestros vacíos con la efusión del Rocío del Espíritu Santo.

¡Sanadora, Saludable y Santa Pascua de Resurrección!.

José Gabriel Martín Rodríguez.


11 DE ABRIL-SÁBADO SANTO

Dios os guarde. Al abrir las persianas de mil balcón, te invito a encender un nuevo cirio de fe, esperanza y caridad, para nuestra candelería, hoy también, en el paso de Nuestra Señora de las Angustias de Santa María de la Alhambra.
Hoy es Sábado Santo. No es un día cualquiera en el calendario de la Semana Santa. En este día nos envuelve el silencio en el corazón, callan las campanas, el altar de las iglesias está despojado, los sagrarios abiertos y vacíos y la Cruz desnuda.
En este día nos unimos a la Virgen Dolorosa. El sepulcro ha sido sellado, los discípulos de Jesús se han dispersado y nada sabemos de ellos. Ahí está María, la Madre, y María Magdalena, en oración contemplativa cerca del sepulcro donde se halla Cristo. Les acompaña también Juan, nuestro alter ego —¡He aquí a Tu Madre, he aquí a tu hijo—. Nos unimos a María en esta alianza que se ha creado en el monte Calvario, meditando junto a Ella la Pasión de Jesús a la espera de su Resurrección gloriosa.
Nos unimos en este día al silencio de María. El silencio que hace fecunda la fe, el hágase del principio y el fíat del hoy. El silencio de la esperanza, el silencio de saberse llena de la gracia de Dios, de la misericordia del Padre, de saber que estamos junto a la corredentora por voluntad de Dios, la Madre del Hijo que ha muerto por nuestra salvación.
Nos unimos a María para darle gracias. Para acompañarla en el dolor postrados ante el sepulcro llorando la muerte de Jesús. Para sentir que mi corazón también es traspasado por una espada, pero en este caso por el virus con corona, que a tantos hermanos ha enfermado y a tantos otros ha sepultado.
Nos unimos a María porque pese a su dolor nos enseña cómo amar a Cristo incluso en su ausencia y como nos ama a todos acompañándonos en este sábado de silencio y de espera.
Nos unimos a María porque ella nos ayuda a vencer nuestros temores, nuestras angustias, nuestras contrariedades, porque nos hace entender que de su mano podemos tener confianza en la voluntad divina.
Nos unimos a María porque Ella nos enseña a orar y ser fieles a su Hijo que mañana resucitará para darnos de nuevo la vida.
Queridos hermanos y amigos cofrades, en este Sábado Santo no podemos más que exclamar que somos tuyos María. ¡Al cielo Contigo! ¡Al cielo con María!
Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Un fraterno abrazo. José Gabriel.


10 DE ABRIL-VIERNES SANTO.

Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.

Dios os guarde. Al cerrar las persianas de mi balcón en este día de llanto y luto por la muerte de Nuestro Señor, te invito a encender un nuevo cirio de fe, esperanza y caridad, para nuestra candelería, hoy también, en los pasos y palios de la Soledad de Nuestra Señora, en el Campo del Príncipe, ante el Señor de los Favores, a las tres de la tarde, del Santísimo Cristo de la Expiración y María Santísima del Mayor Dolor, del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora del Amor y del Trabajo, del Santísimo Cristo de los Favores y María Santísima de la Misericordia, del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad del Calvario, y de Nuestra Señora de la Soledad y Descendimiento del Señor.

Viernes Santo. La contemplación de Cristo en la Cruz nos deja sin palabras. Mudos. Desconcierta verle en su desnudez, despojado de todo y abandonado por todos. Impresiona su fidelidad al Padre pese a tanto sufrimiento, humillaciones y desprecios humanos. Nos damos cuenta de la verdad de ese principio de que Dios entregó a su hijo por amor al género humano. Desde lo alto de la Cruz cae sobre los hombres una tormenta de amor impresionante. Un tsunami de perdón eterno que llena de esperanza.

En la Cruz, de sus labios, secos y llagados, solo brotaron siete palabras.

En el «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» sentimos la intercesión por amor al enemigo, la disculpa por la entrega, la esperanza de una segunda oportunidad. Cristo excusa al hombre aunque tantas veces despreciemos su súplica.

En el «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso», nos sentimos representados a cada lado de la Cruz. En el que reniega de Él y el que transforma su corazón por Él. Es el gran regalo de su misericordia porque Cristo se compadece del que suplica su perdón de corazón.

En el «Hijo, ahí tiene a tu Madre […] Mujer, ahí tienes a tu hijo», Cristo nos entrega lo más valioso para su corazón: a su propia Madre. Y a María le entrega al hombre nuevo que nace a los pies del madero santo. ¡Qué hermoso es sentir el amor y las dádivas del Señor!

En el «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», Cristo nos enseña que en el sufrimiento, la angustia y la desesperación cabe siempre el refugio de la oración.

En el «Tengo sed», Cristo nos muestra que nuestra fragilidad la podemos sostener con el agua de la vida que es Él mismo.

En el «Todo está cumplido», aprendemos que debemos negarnos a nosotros mismos, que todo dolor es gracia, que todo sufrimiento es plenitud, que toda pobreza es riqueza, que nuestro barro está moldeado por las manos del Alfarero, que nuestra vida es suya y que la muerte es el inicio de algo mejor.

Y en el «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» sentimos que todo está en manos de Dios, que nos podemos abandonar plenamente a Él que todo lo puede, lo sostiene y lo guarda.

Siete palabras de rabiosa actualidad, que Cristo pronuncia cada día para ser acogidas en nuestro corazón con el único fin de renovar y transformar nuestra vida.

Queridos hermanos y amigos cofrades, ¡a pulso!, para no romper el Silencio, que hoy es la mejor palabra, la mejor plegaria.

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Un fraterno abrazo. José Gabriel.


9 DE ABRIL-JUEVES SANTO.

Dios os guarde. Al cerrar las persianas de mi balcón, en esta tarde-noche lluviosa. Al terminar este Jueves Santo te invito a encender un nuevo cirio de fe, esperanza y caridad, que reluzca más que el sol, en nuestra candelería y hoy, también, en los pasos y palios de Jesús del Amor y la Entrega y María Santísima de la Concepción, del Santísimo Cristo de la Redención y Nuestra Señora de la Salud, de Jesús del Perdón y María Santísima de la Aurora, de Jesús de la Pasión y María Santísima de la Estrella, y en la hora cero del Viernes Santo, del Santísimo Cristo de la Misericordia en sepulcral Silencio, a tus plantas yo estaría.
Jueves Santo, uno de los días cruciales del calendario cristiano. Esta noche es el pórtico solemne en el que Jesús nos permitirá entrar en la profundidad del Triduo Pascual que dura tres días y una eternidad porque nos adentra en el secreto de su intimidad divina: antes de su sufrimiento en la Cruz nos anticipa en la Última Cena el legado de la Santa Eucaristía, centro de la vida cristiana, dándonos su cuerpo y su sangre como alimento de vida que todo lo irradia. Es la noche oscura del Huerto de Getsemaní; la noche triste del abandono de sus discípulos, la traición de Judas, la negación de Pedro, la soledad en la oración con el Padre, el arresto y el traslado al Sanedrín y la entrega a Pilatos. Es también la noche de la institución del sacerdocio y la transmisión del mensaje del amor fraterno.
Día de especial intensidad para tratar de comprender todos y cada uno de estos sucesos que nos conducen al misterio de nuestra Redención. Es el extraordinario misterio que adorna con todo su brillo y con toda su tristeza la liturgia de este Jueves Santo.
Y llegará un momento en que los sagrarios quedarán vacíos para ser conscientes de la nada esencial a partir de la cual Dios dio inicio al ser de toda la creación material, dando lugar a la historia de la salvación.
Esos sagrarios abiertos de las Iglesias del mundo, vacías del Jesús Eucaristía y por la crisis sanitaria vacías de feligresía, son el preludio glorioso de una creación nueva y el anuncio luminoso que es la Resurrección de Cristo.
En este día mi propósito es acercarme al Señor como un sagrario abierto y vacío de todo aquello que estorba con el único deseo de que entre el soplo fresco de la gracia del Espíritu para hacer nueva mi vida, para impregnarla del amor verdadero, para reordenarla y para recrear en ella la grandeza del misterio pascual.
Queridos hermanos y amigos cofrades, a golpe de llamador, pongamos en manos del Señor nuestros sufrimientos y debilidades y los sufrimientos de todas las personas del mundo, de los que están solos, de los enfermos y difuntos por el virus con corona que nos asola, de los que padecen problemas económicos, de los que pasan hambre, de los que sufren injusticias, violencia o discriminación.
Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Un fraterno abrazo. José Gabriel.


8 DE ABRIL-MIÉRCOLES SANTO.

Dios os guarde. Al cerrar las persianas de mil balcón. Enciendo, y te invito a hacerlo conmigo, una nueva y humilde luz convertida en plegaria personal candelería, hoy además, en los pasos y palios del Santísimo Cristo del Consuelo y María Santísima del Sacromonte, de Nuestro Señor de la Meditación y María Santísima de los Remedios, Reina y Madre de los Estudiantes, de Jesús de la Paciencia y María Santísima de las Penas, de Jesús de las Tres Caídas y Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos, y de Jesús Nazareno y María Santísima de la Merced.

El domingo Jesús entró en Jerusalén montado en una humilde borriquilla. Hoy miércoles ya sabe lo que le aguarda entre enemigos llenos de odio que llevan días. Los vítores del domingo han quedado atrás. Solo se «escucha» el silencio desgarrador de Getsemaní, en medio de la tiniebla. Caído de rodillas y sudando sangre, tal es el dolor, ruega en su oración al Padre que pase de Él este cáliz. Quedan pocas horas para la entrega total, pasión y muerte.
¡Qué soledad la del Señor desde Getsemaní! ¡Qué triste comprender como sentiría la soledad humana, el abandono, el sufrimiento, el miedo, la amargura! ¡Qué tristeza entender como tuvo que vivir la angustia a solas con el Padre, sin la presencia de los seres humanos por Él creados! ¡Que desazón ver que no hubo nadie capaz de dar consuelo y sanar aquel corazón herido que a tantos dio la vida, la esperanza, la vista, que había saciado tantos estómagos, que tantas lecciones de amor había ofrecido! ¡Y allí está, enfrentado a su muerte en Cruz rodeado de soledad!

En ese huerto repleto de olivos su oración es de súplica. El Espíritu de Dios le cubre. ¡Cuánto amor hay en este Cristo, amor de los amores! ¡Cuánto amor por el ser humano para hacer la voluntad del padre y derramar su sangre para dar nueva vida al mundo. Cristo, el Rey de Reyes, el INRI de lo alto de la cruz, el médico de cuerpos y almas, el maestro divino, dijo «hágase» como su Madre. Y ese «Sí» salvó a la humanidad entera.

Hoy Miércoles Santo entiendo que debemos hacer siempre como Jesús. Aceptar la voluntad del Padre. Permanecer en nuestro Getsemaní particular despiertos, atentos; en el Getsemani de este virus con corona, un lugar donde impera el dolor, la turbación, la angustia… pero también es ese espacio en el que, ante la incertidumbre que conlleva el sufrimiento, se pueden tomar las decisiones más acertadas. Allí, en el silencio, oramos y velamos. Allí Dios escucha atento nuestro grito desgarrador, lee el corazón suplicante, asume nuestra soledad y fragilidad humana, nuestros dolores y temores, y exhala con la fuerza del Espíritu una brisa fresca y una fragancia de vida que llena de rocío esa aridez bendecida por Él.

Hoy no surge de mis labios oración alguna. Me siento incapaz de hacerlo. Prefiero mantenerme en silencio consciente de que estoy entre los que le abandonaron y me dormí en Getsemaní. Solo puedo musitar compungido: ¡Perdón, Señor, perdón; no tengas en cuenta mis abandonos ni mis faltas! ¡Comparto tanto tu tristeza como tu soledad y mi total adhesión a la voluntad de Dios!

Queridos hermanos y amigos cofrades, que el Señor que sudó sangre en Getsemaní, pague remecidamente vuestros trabajos, alivie vuestras cargas y os bendiga, y la Virgen con su amoroso y maternal manto os cubra y os de fuerza acompañar los Getsemanis prójimos.
Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Un fraterno abrazo. José Gabriel.


7 DE ABRIL-MARTES SANTO.

Dios os guarde. En la rutina de asomarme al balcón, por última vez en el día y cerrar las persianas. Encendamos juntos una nueva y humilde luz convertida en plegaria, hoy, también lo encendemos en los pasos y palios de Jesús de la Amargura y Nuestra Señora de los Reyes, del Santísimo Cristo de la Lanzada y María Santísima de la Caridad, de Jesús del Gran Poder y Nuestra Señora de la Esperanza ¡Ay, y yo os acompañaría!, y del Señor de la Humildad y la Soledad de Nuestra Señora.
En el Martes Santo, la mirada se dirige hacia el pretorio. Allí Pilatos ordena que le traigan una jofaina llena de agua y se lava las manos. Ante el tumulto ensordecedor y el gentío que exige la muerte de Jesús, al que contempla sereno y con mucha paz interior, levanta su mano para que cese el ruido y exclama timorato: «Soy inocente de la sangre de este hombre». Y pienso: ¡Ay, Señor, cuántas veces me he lavado las manos y no he dado testimonio de la verdad!
Cristo anhela ser el Rey de nuestros corazones. Acepta por amor —un amor tal vez incomprensible a los ojos humanos— pasar por el suplicio de la Pasión, entregarse sin queja alguna a sufrir el oprobio de sus verdugos. Prisionero, escupido, humillado, vejado, flagelado, coronado de espinas, insultado, arrastrado…
No deseemos ser ambiguos como Pilatos. Queramos complacer a Jesús. Ante él que es nuestro Rey y Salvador no nos lavemos las manos en la jofaina de la ambigüedad. No seamos neutrales ante la verdad de las cosas.
No permitas, Señor, que te abandonemos, pues queremos acompañarte en el dolor y la contrariedad, del virus con corona que campa a sus anchas por el mundo, y aprender de Ti a tener siempre mucha paciencia para afrontar los vaivenes cotidianos y ofrecerlos por amor a Ti y a los demás! ¡Ayúdanos a no eludir nuestras responsabilidades ni la verdad, a no buscar argumentos para quedar bien! ¡Que nuestras intenciones sean siempre bendecidas por Ti! ¡Señor Jesús, tu eres el Rey de Reyes, se Tú el Rey de nuestros corazones!
Queridos hermanos y amigos cofrades, ¡Al cielo con Él! Que es la Vida de nuestra vida y colma nuestros anhelos. ¡Al cielo con Ella! Que es la Madre del Rey de Reyes.
Señor nuestro Rey bendícenos. Santa María, Madre del Rey de Reyes, cúbrenos bajo tu amoroso y maternal manto.
Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.
Un fraterno abrazo. José Gabriel.


6 DE ABRIL-LUNES SANTO.

Dios os guarde. Me asomo a mi balcón y me sobrecoge el silencio y la soledad de las calles. Encendamos una nueva y humilde luz convertida en plegaria.

Subimos la escalera y encendemos un nuevo cirio de fe, esperanza y caridad para nuestra candelería, hoy en los pasos y palios de la Oración de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos y María Santísima de la Amargura, del Santísimo Cristo del Trabajo y Nuestra Señora de la Luz, de Nuestra Señora de los Dolores, (¡Ay, dolorosa mía! y yo te acompañaría), de Jesús del Rescate, y del Santísimo Cristo de San Agustín y Nuestra Madre y Señora de la Consolación.

En un día como hoy Jesús regresa a Betania, «la casa de los pobres», el lugar donde vivían Marta, María y Lázaro, sus amigos amados, el lugar donde su corazón descansaba en paz.

En esta casa, como en mi propio corazón, se da la bienvenida a Jesús. La atmósfera es la misma que se respirará en el Cenáculo con el corazón abierto al amor.

El misterio de la salvación radica en si somos capaces de aceptar su amor incondicional y permitirle que nos abrace por completo. ¿Deseamos realmente dar la bienvenida al abrazo del amor divino, acompañar el alma de Jesús, con un «sí» seguro, libre y liberador? ¿Estamos dispuestos a seguirle donde quiera que vaya, en cualquier circunstancia y situación? ¿Estamos dispuestos a ser la fragancia de Cristo al servicio de Dios, un recordatorio de su persona para los demás?

Este Lunes Santo es una invitación a convertirnos en «el buen olor de Cristo», para darle a nuestra vida la fuerza del amor y la ofrenda más generosa que un perfume valioso, recibiendo en nuestra vida a Cristo que se extiende como un perfume que impregna todo nuestro ser.

Queridos hermanos y amigos cofrades, en este lunes santo seamos como María, postrados a los pies de Jesús, a los pies del hombre, a los pies de Dios, para descansar sobre Él todo nuestro amor sin cálculos en mi entrega y permitir que Jesús se arrodille también ante mi por amor y lave nuestros pies cansados, polvorientos por las manchas de nuestras faltas y manchados por el barro del pecado.

Grita y pide al cielo comingo: ¡Señor, que al rachear mis pies para caminar contigo deje una fragancia agradable en los demás que te lleven a Ti! ¡Permíteme ser la fragancia de tu Evangelio para que otros lo lean, ser catecismo y pregón viviente para que otros conozcan tu verdad en la Iglesia, ser Iglesia para que otros te encuentren! ¡Gracias, Señor, por lo mucho que has hecho y haces por mi!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Un fraterno abrazo. José Gabriel.


5 DE ABRIL-DOMINGO DE RAMOS.

Dios os guarde. A estas horas Domingo de Ramos, me asomo a mi balcón y me sobrecoge el silencio y la soledad de las calles. Encendamos una nueva y humilde luz convertida en plegaria.

Subimos la escalera y encendemos un nuevo cirio de fe, esperanza y caridad para nuestra candelería, hoy en los pasos y palios de la Entrada de Jesús en Jerusalén y Nuestra Señora de la Paz, de la Santa Cena y María Santísima de la Victoria, de Jesús de la Sentencia y María Santísima de las Maravillas (¡Ay! y yo os acompañaría), de Nuestro Padre Jesús Despojado y María Santísima del Dulce Nombre, y de Jesús Cautivo y María Santísima de la Encarnación.

En el Domingo de Ramos el tímido sol del inicio de la primavera torna en múltiples dorados las palmas que reverencian exultantes la llegada de Jesús el Nazareno. Su figura, se confunde, a lo lejos, con el ocre de los ramos que parecen abrazarle. A lomos de una humilde borriquilla por el Arco de Elvira entra en Granada quién está a punto de culminar la gran victoria del Amor.

Nos preparamos para celebrar junto a los discípulos y la muchedumbre, una gran fiesta: la entrada triunfante de Jesús en Jerusalem. Que la procesión de las Palmas sea una manifestación de alegría porque Él nos permite ser sus amigos y nos da la clave de la vida: El Amor que le llevará a la Cruz.

Que esta alegría nos ayude a decir Si cada día al seguimiento. No tengamos miedo pongamos nuestra confianza en el Señor. Pensar que Jesús no se iba luciendo de que era el Hijo de Dios. No buscaba los primeros asientos ni las reverencias, al revés.

Se hizo semejante a nosotros menos en el pecado. Fue esclavo y sufrió como nosotros. Tanto es así, que pocos días después lo veremos camino de la Muerte como si fuera un criminal, un malhechor.

El modo de afrontar y de abrazarse a su pasión y muerte, expresa un total abajamiento y humildad. Lo condenan por llevar EL AMOR hasta las últimas consecuencias. Por ser inocente. No tengamos miedo a estos momentos de dolor. No tengamos miedo por esas contradicciones que la vida o nosotros podamos tener. Confiemos que el sufrimiento y el dolor es el pórtico a una nueva y regenerada vida, la Resurrección. Que este inicio de la Semana Santa, sepamos descubrir el rostro de Jesús en tantos momentos de dolor y sufrimiento como estamos viviendo.

Que María, Madre y Señora Nuestra de las Angustias nos ayude e interceda por cada uno de nosotros para que sepamos ver la palabra de aliento y cercanía de Dios en nuestros momentos oscuros y que seamos fieles y coherentes hasta las últimas consecuencias por AMOR sin perder la esperanza en la Pascua.

Queridos hermanos y amigos cofrades, ¡‘Tos’ por igual valientes! ¡Siempre de frente! ¡Más paso quiero! ¡A esta es! ¡Santa Semana Santa! ¡Al cielo con Ella!

Invocando a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, recibid un fraterno abrazo y el deseo de unas buenas y confinadas noches con la súplica de que vosotros y los vuestros estéis bien, y el ruego de que nos quedemos en Casa, pues Dios viene, y está en la de todos.

Un fraterno abrazo. José Gabriel.